Destino del inocente

Opiniones sobre la novela «El inocente», de Mario Lacruz

Porfirio Hernández
3 min readMar 15, 2021

En 1953, el editor y escritor barcelonés Mario Lacruz (1929–2000) publicó, en la editorial Luis de Caralt, El inocente (1953), novela ganadora del premio Simenon para obras de intriga. Menciono esto porque Lacruz es un autor poco mencionado en las revisiones de la literatura policiaca moderna, no obstante que El inocente ―junto con La tarde (1956) y El ayudante del verdugo (1971), del mismo autor― es un importante acontecimiento para este género, ya que se distingue por su serena mirada existencialista sobre una trama poco convencional.

Mario Lacruz

Editada de nuevo en Bruguera, bajo la colección “Novela negra”, y reeditada varias veces más a lo largo de los años, El inocente recupera para la literatura policiaca la esencia de las tragedias griegas: el destino, la culpa y el castigo humanos. Su gran valor radica en su referencia al hombre moderno, adormilado por la comodidad o por la necesidad de comer, dos polos cotidianos. En nuestros días, los personajes de las novelas no son principalmente los ricos o los gobernantes, también los desamparados y los pobres lo son. Esta es la ruta de la literatura fatalista, por antonomasia abierta a la esperanza. Abierta, aunque en sí misma su destino se cierna. En este caso, se trata del destino de su personaje, Virgilio Delise, musicólogo y frustrado pianista, quien es arrestado por un crimen que no cometió y que ni fue crimen. En otras palabras, El inocente se basa en un malentendido, lo cual la hace profundamente irónica.

Heredera de la narrativa de Albert Camus, esta novela relata un proceso absurdo ―la muerte de Delise― en clave trágica. Construida en cuatro movimientos, a la manera de una sinfonía cuya orquestación permite notas secretas en desvarío, El inocente usa elipsis, regresiones y diálogos constantes, mecanismos de estructuración que conforman una novela reflexiva ―gramatical y especularmente: refleja en sí misma el destino inexorable de lo humano: el peso de la incertidumbre, que en algunos puede convertirse en una carga de la cual deben huir a toda costa.

De ella echa mano la voz narrativa, porque oculta información, apunta notas falsas para hacer creer que existe Virgilio es culpable. Aún más: el personaje se comporta como tal. Ante semejante conducta, la policía en la trama da por hecho que es responsable ―como sucede comúnmente en la vida real. Un policía oculta la verdad y permite que muera Virgilio. El destino se ha depositado, triste, sobre el cuerpo de Delise.

Paradójicamente, el peso inmenso de la culpa social, de la mediocridad acumulada en un solo hombre, ha sido tan ligero que ha desaparecido junto con Virgilio. En todo caso, debo decir que ese era su destino: morir como vivió, arrastrando un peso enorme, enfermo de psicastenia, mediocre. Sin embargo, en su muerte ha redimido a otros criminales que sí fueron culpables.

No sé hasta qué punto esto es una exagerada lectura de afectada religiosidad, solo interpreto una marca muy importante en la reflexión continua de Virgilio sobre su propio destino. En todas las páginas de su meditación está presente la fatalidad y aun su indiferencia ante ella. A Virgilio Delise no le importa saber si está a punto de morir o si puede salvarse. Solo escapa, corre hacia un nuevo destino, el que le permita traicionar la determinación divina. En todas las páginas de su huida un dolor se forja en mi estómago de lector. Hoy amanezco extrañándolo. Lo veo nuevamente correr fuera de la carretera, loco, casi feliz de escapar a una nueva vida. También veo al joven policía empuñar su pistola…

--

--

Porfirio Hernández
Porfirio Hernández

Written by Porfirio Hernández

Leo y escribo en Toluca, México. Me interesa divulgar las manifestaciones de la cultura y conversar sobre ello.

No responses yet