El idioma español en su contexto
Nunca dejará de sorprenderme la magnitud del idioma español en el mundo: 493 millones de personas lo tienen como lengua nativa y 24 millones más lo aprenden como segunda lengua; en Estados Unidos es el idioma más estudiado en todos los cursos de enseñanza y pronto, según lo augura el presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, Gonzalo Celorio, ese país tendrá el segundo lugar en el mundo en número de hispanohablantes, después de México, que hoy ocupa el primer lugar.
Es la lengua oficial de todos los países de América del Sur (excepto Brasil y Guyana) y de seis repúblicas de América central (o nueve, si se agrupan en Centroamérica las islas antlllanas); es hablado en partes de Marruecos y la costa occidental de África, además de ser idioma oficial de Guinea Ecuatorial, república centroafricana donde desde 2013 se fundó la Academia Ecuatoguineana de la Lengua Española, correspondiente de la Real Academia Española.
De 2000 a 2020 el uso del español en las redes sociales ha crecido en 1,511%, frente al crecimiento de 743% registrado por el inglés; es la segunda lengua más utilizada en las redes sociales, y la cuarta más hablada en el mundo. Los datos proceden del anuario “El español en el mundo 2021”, editado por el Instituto Cervantes.
A pesar de la diversidad de lugares donde se habla, acentos y variedades dialectales, el español es una lengua unificada: sin importar su procedencia, las personas hispanohablantes se entienden entre sí, porque su estándar lingüístico está regido por las mismas reglas, esas que resguardan y divulgan las 24 academias de la lengua española que hay en el mundo.
No obstante, la evolución del idioma español es acelerada. La inteligencia artificial y el lenguaje de la mecánica electrónica y digital son realidades que aceleran ese desarrollo porque acercan a los hablantes a nuevas fronteras del conocimiento, y por ende, al resto de quienes se ven influidos por ello, que adoptarán, si no el conocimiento pleno, sí el léxico respectivo, un ritmo evolutivo que podemos constatar desde la popularización de las computadoras y luego la internet.
Desde luego, ese progreso no es para escandalizar a nadie: nada más natural que la lengua evolucione, aunque no siempre lo haga hacia donde quiere un grupo de hablantes, porque la lengua es el instrumento humano más democrático de cuantos existen: la hacemos entre todos y entre todos la llevamos a nuevos derroteros.
Por ello, es necesario desechar la idea de que las academias de la lengua son entes represores de la expresión de las personas hablantes; seguir diciendo eso hoy, cuando la lengua está más viva que nunca y en su mayor esplendor, es asumir algo absurdo: que 46 académicos que forman la Real Academia Española, por citar la más antigua de todos los organismos colegiados creados hasta hoy, tienen poder sobre la forma de expresión oral y escrita de más de 500 millones de personas. Yo tiendo a pensar lo contrario: las academias de la lengua registran y resguardan en sus diccionarios y normas las infinitas formas de habla que nuestra lengua ha tenido desde su primer registro en los cartularios de Valpuesta, en Burgos, en el siglo IX de nuestra era. Sin esa memoria, ¿cómo sabríamos de dónde viene nuestra lengua?