El otro poder
Es un poder colectivo: se habla en todos lados, en los momentos sublimes y en las oscuras atrocidades; se enriquece al inventarlo y se empobrece al desprenderlo de sus múltiples posibilidades de significado y de elocuencia; se transmite con ideas e imágenes, con señas y sonidos; se enseña a los más pequeños y cuando éstos logran articularlo, nos maravilla de nuevo. El lenguaje es un patrimonio común que se usa para vindicar o para corromper, para alabar y para ofender también, pues pertenece a lo humano; nos define, nos clasifica, nos desaparece: basta una errata de nuestro nombre en el registro público de nacimientos para perder toda identidad ante la ratio legis.
Además, es un poder que se usa individualmente, al proyectar en él valores que nos son comunes: es el caso de la literatura y la más alta poesía; al leer los versos de “Trato de escribir en la oscuridad tu nombre”, de Jaime Sabines, lo entendemos un poco mejor:
Trato de escribir en la oscuridad tu nombre.
Trato de escribir que te amo.
Trato de decir a oscuras todo esto.
No quiero que nadie se entere,que nadie me mire a las tres de la mañana
paseando de un lado a otro de la estancia,
loco, lleno de ti, enamorado.
Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,
lo grita mi corazón amordazado.
Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,
lo digo incansablemente,
y estoy seguro que habrá de amanecer.
Ese poder es benéfico si llega y se convierte en otro: el poder de la comprensión. Comprender es trascender el mero gesto de entender lo que se dice, es aprehender la sustancia de lo adquirido y dar un paso adelante para interpretarlo a cabalidad, en sus múltiples dimensiones; comprender es acercarse a la esencia de lo humano, lo uno y lo diverso, y renovarse a partir de esa aproximación; solo la comprensión nos lleva al poder de pronunciar y con ello, a la posibilidad de ser transformados a la vez por ese poder efímero y permanente, real y potencial, unívoco y polisémico, que es el lenguaje.
