Evocación de un maestro y guía revolucionario: Roberto Fernández Iglesias
El 23 de abril de 2021 se cumplirán dos años de la muerte del poeta, crítico literario, ensayista, editor, periodista, docente y promotor cultural panameño-mexicano Roberto Fernández Iglesias (1941–2019), quien dejó una honda huella en las generaciones de estudiantes y literatos que lo conocieron y hoy leen su extraordinaria obra literaria.
Roberto, “El Gordo”, como cariñosamente debía dirigirse uno a él gracias a la confianza que generaba conocerlo, fue fundador del grupo literario tunAstral, junto a Carlos Olvera (1940–2013), generador de todo un movimiento cultural en la capital del Estado de México que catalizó las expresiones artísticas en la entidad federativa más diversa y habitada de la República mexicana, cuyo ejemplo siguieron otros estados y regiones del país.
Pero no solo eso. El Gordo fue un poeta de voz sentenciosa y clara, de profunda belleza lingüística y depurado estilo, cualidades que pueden leerse en cualquiera de sus libros de poesía, que desde 1984 comenzó a publicar en Toluca, pero que alcanzaron otros países e idiomas, nuevos lectores y múltiples referencias críticas e históricas de la literatura en español. Al mismo tiempo, fue un compulsivo editor de libros y revistas, en los que condensó su intuición crítica, producto de su vasto conocimiento y experiencias en los más disímiles ambientes culturales de los que formó parte, ya que era un curioso insaciable y un lector voraz, además de un humorista implacable, una forma amorosa para él de ejercer la crítica contra las verdades asentadas e inamovibles.
Tuve la fortuna de tratarlo en diferentes etapas de mi vida; primero, siendo yo estudiante de literatura y él mi profesor de poesía y análisis literario; luego, siendo los dos editores de sendos suplementos culturales en la ciudad de Toluca, Estado de México. Recuerdo especialmente su generoso comentario cuando, en ocasión de la aparición de «Mapa de Piratas» en el diario “Rumbo del Estado de México”, suplemento cultural que aglutinaba a varios jóvenes como Arturo Cáceres, Elisenda Domínguez, Alberto Chimal, Gabriela Villafaña y algunos otros que sería largo enumerar, nos dio la bienvenida con un editorial en el suplemento que él dirigía para el mismo diario: «Vitral», el 21 de julio de 1991, con elocuentes palabras: “es bienvenido el hermano suplemento Mapa de Piratas y los piratas que buscan con ese mapa el tesoro de la poesía, de la producción cultural que es la producción de lo humano de la humanidad: la sensibilidad ligada al intelecto, cuanto llamamos creatividad”.
El Gordo no se equivocaba al advertir que aquel grupo de jóvenes tenía el genuino interés de promover el arte en cualquiera de sus manifestaciones, de ahí que varios de ese grupo hoy le rindan homenaje por sus aportaciones al mundo de la cultura, su pasión, su eje de vida.
Las nuevas generaciones de lectores y artistas deben recordar este legado de quien fuera un poeta mayor, un maestro entrañable y un guía que enfrentó la indiferencia institucional hacia la cultura viva y defendió el derecho de todos a acceder a ella plenamente. Fue, en ese sentido, un activista comprometido con su tiempo y el futuro, que hoy somos todos. Honor a su nombre, a su obra, a su generación, pero sobre todo, honor a su energía como trabajador de la cultura en México. Mucho tenemos que aprender de su gran vitalidad, perenne y aleccionadora.