Hojas al viento
Las palabras son como hojas de un árbol que en el fragor de su caída se apropian de significados
El orador Osiris Ramírez tiene en Radio Mexiquense un programa titulado “El Club de la Palabra”, que en cada emisión da voz a distintas personas de las más diversas actividades para hablar de una palabra en particular: sus significados, sus implicaciones en la vida social y privada, sus alcances y consecuencias en el campo diario de la actividad humana. El año pasado tuve la fortuna de hablar de la palabra ‘hormigas’, título de esta columna, un pretexto en realidad para evocar al poeta jerezano Ramón López Velarde (1888–1921), cuyo poema del mismo título, escrito en 1917, se refiere a la dual fascinación, muy velardeana, por el amor y la muerte en el mismo acto.
Las palabras son como hojas de un árbol que, cuando caen, es decir, cuando se usan por primera vez, en el fragor de su caída se apropian de significados, y al ser utilizadas sucesivamente enriquecen de tonalidades su semántica original. Pongamos de ejemplo la palabra ‘sida’, de uso popular a partir de la segunda mitad de los setenta y satanizada también por amplios segmentos de la población… incluso hoy, pero escrita ya como una palabra corriente, no como las siglas que hace cuarenta años se citaban: S.I.D.A., en un contexto que por entonces era de excepción.
Como ese, muchos vocablos tienden a ser normalizados por el uso, y reconceptualizados al paso del tiempo, de acuerdo con los contextos, las intenciones y las oportunidades de aplicación en circunstancias disímiles, que las dota de genuina originalidad, pues la evolución natural de la lengua es producto de ese movimiento continuo, simultáneo y poderoso, de las palabras con renovados significados.
La lengua se hace por los hablantes; gracias a ellos evoluciona y encuentra nuevos cauces de expresión. Quienes escriben profesionalmente nos muestran los caminos que la lengua adopta, y, por lo tanto, los horizontes de elocuencia, elegancia o concisión pueden llegar a tener las palabras escritas en una hoja de papel o reflejadas en una superficie de pixeles. Sin embargo, no basta plasmar en el soporte físico las ideas inherentes a las palabras: es necesario que alguien las lea para generar la doble articulación que no solo distingue nuestra lengua del resto de los sonidos del reino animal, sino que la hace infinita en sus posibilidades.
El infinito: a esa conclusión habremos de llegar inevitablemente si seguimos refiriéndonos al potencial expresivo de las palabras y su construcción en el tiempo y el espacio… pero de ser así, esta entrega no tendría fin.
Artículo publicado en Milenio Estado de México.