Las formas de la felicidad
¿Cómo ha de vivirse la vida? es una pregunta fundamental de los sistemas de creencias, sean laicos o religiosos, personales y colectivos, que las personas se responden incluso sin formularla explícitamente, siguiendo un marco de actuación y proponiéndose objetivos para poner el práctica eso, vivir la vida de una manera propia.
La pregunta puede parecer innecesaria para quien actúa animado por la convicción de su propia certeza, no así para quienes se detienen a pensar si éste o aquel ha de ser el mejor camino a emprender. La pregunta es válida porque subyace a todo ello la búsqueda de la felicidad o el confort, entendidos ambos conceptos en la gradación individual que se desee, pues a nadie pueden imponérseles recetas de cómo y cuándo ser feliz, ni en qué medida serlo.
Hay claves, sin embargo, para allanar el camino de una felicidad propia desde una sólida base.
Leo en el libro “Cómo ser un estoico” (Ariel,2018), de Massimo Pigliucci (1964) que lo primero es reconocer nuestras emociones, reflexionar sobre lo que las provoca y redirigirlas para nuestro propio bien. Esa validación de tres pasos resulta fundamental para comprendernos desde el impulso original de la emoción, ese disparador que desencadena todo lo demás, incluso decisiones que pueden cambiar nuestra vida.
También se trata de tener claro qué está y qué no está bajo nuestro control, centrando nuestros esfuerzos en lo primero y no malgastándolos en lo segundo. ¿Cuántas veces no hemos caído en esa tentación de emplear nuestra energía sobre lo incontrolable? Aprender esa distinción puede llevar a las personas muchos años, luego de devastadoras consecuencias por no entenderlo ni practicarlo.
Finalmente, dice Pigliucci, se trata de practicar la virtud y la excelencia, y de transitar por el mundo maximizando nuestras capacidades, mientras somos conscientes de la dimensión moral de todas nuestras acciones.
Las bases de la felicidad y el confort individuales se sostienen en la capacidad gregaria y el desenvolviendo biológico de los seres humanos, tanto porque todos necesitamos de todos como porque tenemos las capacidades de adaptación y sobrevivencia aún en la hostilidad del ambiente. La vida se abre paso porque es una pulsión irrefrenable, pero corresponde a cada quién darle la mejor forma posible.