“Una ola”, de Eduardo Casar

Porfirio Hernández
3 min readMay 26, 2019

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Además de ser locutor de radio y conductor de televisión, Eduardo Casar (CDMX, 1952) es ensayista y catedrático universitario. Y poeta, de los buenos. Su talento es dinámico, pues toca con soltura el periodismo y el guión cinematográfico; por ejemplo, es coautor del guion de la película Gertrudis Bocanegra (estrenada en 1992), dirigida por Ernesto Medina, sobre la joven criolla michoacana que contribuyó a la causa insurgente por la Independencia de México de 1810. En el terreno de la reflexión crítica obtuvo en 1976 el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas por La producción literaria de Revueltas en su contexto histórico, investigación hecha en colaboración con Silvia Durán Payán, Carlos Muciño y Armando Pereira, en homenaje al autor que justo ese año había muerto.

Eduardo Casar. Fuente: Taller Igitur

He tenido la fortuna de leer sus poemarios Noción de travesía (Mester, 1981), Caserías (UNAM, 1993), Mar privado (Conaculta/Instituto Cultural de Aguascalientes, 1994), Habitado por dioses personales (Calamus, 2006) y Parva natura (Plan C Editores, 2006), que me tocó presentar en Toluca hace 12 años, con lo cual me doy perfecta cuenta de la gran fuerza de su obra poética, ejemplo del exacto transvase de la emoción y el razonamiento al recipiente de la poesía de verso libre, deudor del soneto y la silva sin embargo, dada la sutil armonía de su ritmo. Hay en sus poemas una delicada mirada a los fenómenos naturales, con ciertas dosis de humor que la aligeran, pero que mucho dicen de nuestra condición singular. En su poesía el instante de la revelación se va construyendo con esmero, palabra a palabra, verso a verso, con la exactitud del orfebre. Su esfuerzo de retórica es proporcional a la fuerza de su originalidad. Especialmente, recuerdo aquel poema “Esa ola”:

Si tomamos una ola, la escogemos con pinzas entre todas
y nos fijamos atentamente en su personalidad de ola,
en su perfil preciso y su manera
de hacer la curva que la vuelca hacia dentro de sí misma,
y le medimos los decibeles que va desenvolviendo
y la cauda de espuma y el diámetro de cada
burbuja que la forma, cada línea de su hidrógeno doble
que se revuelca y juega con pulseras de sal,
con esa gracia exacta y con esos colores, dios, esos colores,
con esa forma suya de rendirse,

esa ola es una vida singular.

Mira cómo se rompe y se va declinando
como la rosa rosa en el latín, cuánto dura,
es como un enunciado que ya
no puede desliarse en los labios,
otra ola la está sustituyendo
y se va levantando de sus cenizas líquidas.

No es la misma, pero es otra ola.
Claro, el mar sigue, impresionante, gastando sus orillas
con ese gesto azul de capital eterno. Pero
esa ola, la nuestra, jamás
volverá a repetirse.

La gran ola de Kanagawa​. También es conocida simplemente como La ola o La gran ola. Es una famosa estampa japonesa del pintor especialista en ukiyo-e, Katsushika Hokusai, publicada entre 1830 y 1833, ​ durante el período Edo de la historia de Japón. Fuente: Wikipedia

Nada vuelve con el mismo fulgor del instante en que se nos revela interiormente. Nada es como fue en un instante preciso, único, irrepetible. Así sucede con la lectura de los poemas de Casar: cada nueva lectura es una nueva experiencia, distinta, original, indefinible quizás, como la música; hay que leer su obra magnífica para entender un poco mejor ese desplazamiento de significado.

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Written by Porfirio Hernández

Leo y escribo en Toluca, México. Me interesa divulgar las manifestaciones de la cultura y conversar sobre ello.

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