La despedida
Decir adiós es una prueba difícil para muchas personas. Una concentración de emociones se agolpan en el último minuto, lo que impide dejarse fluir para despedirse cabalmente. ¿Será porque en esos instantes se entrevé la profundidad del amor o afecto por quien se va, y el hueco que nos deja?
No importa si la ausencia será por de largo tiempo o para siempre, despedirse es un acto de fe y esperanza que se complementa con el consuelo de que todo será para bien, de que habrá un futuro mejor y que la separación y sus emociones habrán de superarse o abatirse pronto.
Así, cuando en el horizonte desaparece la última sombra de quien se aleja, volvemos la vista a nuestra realidad empobrecida de alegría y resuelta en resignación. No podemos hacer más en ese momento. Ya vendrán las horas para reparar la falta, para hacer la narrativa del todo-estará-bien, tarde o temprano.
Escritoras, escritores y poetas se han ocupado de la despedida, por ser ésta un momento fundamental en la vida de las personas; gracias a ellas y ellos entendemos un poco mejor las implicaciones del adiós y el estado de eso que llamamos corazón, en su lenguaje.
Joaquín Sabina, por ejemplo, nos dio estos versos memorables: “Estos labios que saben a despedida, a vinagre en las heridas, a pañuelo de estación”, que aduna la imagen del tren o el autobús en marcha, mientras agitamos nuestra mano en alto, sola y triste; Mario Benedetti también aborda el tema, sobre todo en “La tregua”: “Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida”, desde una óptica esperanzadora y reivindicativa del adiós como un nuevo comienzo.
No importa cuántas despedidas más vengan a nuestras vidas: esta ya nos ha marcado para siempre. Luego vendrán también los abrazos de alegría por el retorno de quienes partieron, y la comida compartida y las anécdotas y las risas y la sensación de estar, de nuevo, completos, aquí o en otro plano, asaz imaginario. A vivirlo entonces, nos decimos.
La reunión nos volverá felices, porque será la confirmación de que nadie se va completa ni definitivamente. En la memoria viven el pasado y el futuro de nuestras querencias. Y nadie puede arrebatarnos nada de esa esencial confirmación de la existencia.