Los nuevos moralistas

Porfirio Hernández
3 min readMay 8, 2023

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Hoy, en las redes sociales proliferan los mensajes que transmiten verdades inapelables bajo la forma de sentencias morales, frases de reafirmación, o francos pensamientos de altisonante deseo si hemos de verlos como expresiones de lo inconsciente.

En conjunto, tales máximas atienden a la función esencial del moralismo de siempre: normar la conducta general, dotar de guías de comportamiento, establecer valores unívocos y, sobre todo, anteponer límites a toda exaltación que no sea gobernada por esas verdades oficiales repetidas una y otra vez en las pantallas del teléfono móvil.

Qué exageración, replican algunas voces del foro. Lo sería si tal conducta no fuera un modus operandi de la transmisión de la moral en todas las etapas de la civilización occidental, desde el código del babilonio Hammurabi, 1,700 años antes de nuestra era. En realidad, hay una “tradición del texto moral” que sucesivamente han hecho pervivir los monarcas y luego los moralistas, vigilantes de la costumbre y del principio integrador de la unidad social.

Uno de los ejemplos que mejor representa esa tradición es el del emperador romano Marco Aurelio Antonino (121–180), en cuyos “Pensamientos” cifró los principios morales que guiaron su conducta en los veinte años que duró su regencia.

Sus escritos han sido estudiados no solo como acabada expresión de la escuela estoica, sino como práctica del poder político basada en tres principios: la conciencia de la composición tripartita del ser humano (el cuerpo, el principio vital y la inteligencia), de donde surge la conducta recta y racional; saber qué cosas dependen de uno mismo y cuáles no, para cifrar la felicidad en las primeras, y, por último, la sumisión del individuo al conjunto social.

Tales preceptos fueron la guía de las reformas que impulsó el emperador, en beneficio de distintos segmentos de la población romana, aunque también en perjuicio, hay que decirlo, de ciertas minorías religiosas emergentes, como los grupos cristianos, con quienes el emperador no comulgaba en absoluto, a pesar de los rasgos en común del cristianismo y el estoicismo.

El emperador romano Marco Aurelio Antonino

Con esta evocación quiero indicar solamente la reiterada intención de las sociedades de preservar hábitos de comportamiento moral que conduzcan el presente y el porvenir de la comunidad, a partir de la normalización de la expresión individual, movimiento que se repite hoy a través de prácticos mensajes de rápida digestión.

El apunte sirve también señalar cuán necesaria es la educación moral en la niñez, para aminorar efectos indeseados en la vida adulta, como aplicar sentencias sin la templanza de la acción inteligente y razonada.

Artículo publicado en el diario mexicano Milenio, edición Estado de México

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Written by Porfirio Hernández

Leo y escribo en Toluca, México. Me interesa divulgar las manifestaciones de la cultura y conversar sobre ello.

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