Pensar en el poder

Porfirio Hernández
8 min readJun 19, 2023

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Hablar de poder ya genera suspicacias entre las personas, pues las significaciones de la palabra se asocian a experiencias negativas: el poder corrompe, el poder tiende a excederse, el poder se equivoca…

Michel Foucault (1926–1984), uno de los pensadores modernos que más reflexionó sobre el poder en las relaciones humanas, explica que el poder no se tiene: se ejerce desde una posición de autoridad y, por ende, tiene una dirección y destinatarios definidos; en este sentido es que puede afirmarse que todo poder es político, y posee una dimensión pública, de impactos sociales en lo inmediato; puede afirmarse incluso que existen micropoderes en todos los órdenes de la vida social. La violencia en cualquiera de sus manifestaciones, por ejemplo, es la expresión de ese poder omnímodo que las personas buscan y ejercen porque básicamente nace de su simple saberse capaz de ejercerlo. Saber implica poder, y todo poder, un saber específico, como bien lo ha resumido el investigador argentino Hernán Fair.

Desde los sistemas de gobierno hasta las relaciones de pareja, el poder es el eje transversal que distingue todo discurso público: el matrimonio, la escuela, la cárcel, el trabajo, toda actividad social posee una dimensión y una narrativa basadas en el ejercicio del poder.

Si todo ello es cierto, ¿debemos seguir siendo reticentes y no encarar la reflexión sobre el poder que ejercemos en lo individual y, por lo tanto, en la forma en que define nuestra posición en la sociedad? Es previsible: en la vida cotidiana, si nos dieran a escoger, preferiremos analizar lo que está frente a nosotros, porque quizás lo conocemos mejor que otras realidades, y porque en el fondo estaremos inquiriendo sobre nosotros mismos.

Bajo esta premisa, la curiosidad, es decir, la voluntad de saber es, paradójicamente, la vía más revolucionaria contra el poder basado en el dogma y tendiente a ser desproporcionado. Ese saber que implica poder recibe de la voluntad individual la crítica para ser un poder ejercido con un sentido ético. Pero ¿qué es la ética vista desde el ejercicio del poder? Una pregunta que nos abre nuevas posibilidades de reflexión a este brevísimo apunte sobre el poder en la vida diaria.

Poderoso y ético

Desde una visión pública, se espera de las personas poderosas que actúen con responsabilidad, pero no siempre lo hacen. ¿Cómo debería enfrentar el poderoso los riesgos propios de su ejercicio en la administración pública, por ejemplo? Ojo: esta es la expectativa de un ciudadano en un marco democrático y multicultural de la realidad actual, con una perspectiva de progreso colectivo.

1. Responsabilidad y transparencia: el ejercicio del poder debe estar guiado por la responsabilidad y la transparencia: los líderes éticos deben rendir cuentas por sus acciones y decisiones, y deben ser transparentes en su comunicación con la ciudadanía de todos los estratos. Esto implica compartir información relevante y tomar decisiones basadas en principios éticos, evitando la opacidad y la manipulación.

2. Empatía y justicia social: los líderes éticos deben ser conscientes de las necesidades y preocupaciones de las personas a las que sirven y deben tomar decisiones que promuevan la justicia social, es decir, aquella basada en la igualdad de oportunidades y en los derechos humanos. Esto implica considerar los impactos de sus decisiones en los grupos humanos más vulnerables y buscar reducir las brechas de desigualdad entre los grupos humanos. La empatía es fundamental para comprender las realidades y necesidades de los demás y actuar en consecuencia.

3. Integridad y honestidad: la integridad y la honestidad son cualidades esenciales en los líderes éticos. Deben actuar de acuerdo con sus principios y valores, manteniendo la congruencia entre lo que dicen y lo que hacen; esto implica, por simple que parezca, rechazar la corrupción, los comportamientos deshonestos y la manipulación de la verdad. La honestidad en la comunicación y la toma de decisiones fortalece la confianza y el respeto hacia quienes ejercen el poder.

4. Empoderamiento y participación ciudadana: los líderes éticos reconocen la importancia del empoderamiento y la participación ciudadana en la toma de decisiones. Deben fomentar la inclusión y la diversidad de voces, promoviendo espacios de diálogo y colaboración con la sociedad civil. Esto implica evitar la concentración excesiva de poder y buscar activamente la retroalimentación de la ciudadanía organizada y las voces críticas que, si bien se mira, en lugar de constituir un riesgo para el poder, son la oportunidad de fortalecerse con la legitimación que implica escuchar y tomar decisiones sobre ese diálogo con voces diversas a la propia.

5. Sostenibilidad y cuidado del medio ambiente: Los líderes éticos deben tener en cuenta las implicaciones de sus acciones en el medio ambiente y las generaciones futuras, privilegiar el pensamiento basado en los riesgos que implica su actuar público; deben promover prácticas sostenibles y responsables, adoptando medidas para preservar los recursos naturales y mitigar el cambio climático. La ética en el ejercicio del poder implica pensar más allá de los intereses inmediatos y considerar el impacto a largo plazo de las decisiones en el entorno natural y en las futuras generaciones.

Nada sencillo para quien no está acostumbrado a verlo así, ¿verdad?

Micropoderes en la vida cotidiana

Uno de los estudiosos que más se ha adentrado en la investigación sobre el poder en la vida cotidiana es el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930–2002), para quien las manifestaciones de las pequeñas formas de poder en la vida cotidiana definen las relaciones sociales y la toma de decisiones individuales. Esto significa, en el análisis, que el orden simbólico de nuestras relaciones define el orden social, pues detrás de cada acto de micropoder se encuentra un entramado histórico transmitido en todas las formas posibles para repetirse en el presente de las relaciones humanas.

Pierre Bourdieu

Esas manifestaciones pueden agruparse en parámetros identificables:

Las relaciones asimétricas, basadas en diferentes factores, como el género, la edad, la raza, la clase social y la educación, por citar solo algunos. El micropoder se ejerce en estas relaciones a través de acciones sutiles que pueden reforzar o desafiar dicha asimetría.

Desde luego que los micropoderes atañen al lenguaje en su manifestación cotidiana y al discurso de poder como narrativa de lo políticamente correcto. Las palabras, las expresiones y las formas de comunicación pueden tener un impacto significativo en las interacciones cotidianas, ya que el uso del lenguaje sirve para ejercer control, imponer normas sociales, establecer jerarquías o excluir a ciertos individuos. El micropoder se encuentra presente en los discursos dominantes y en las formas sutiles de comunicación que perpetúan estructuras de poder. Este principio es difícil de aceptar para quienes defienden la postura de que la lengua es un ente orgánico que refleja creencias, valores y circunstancias sincrónicas de una sociedad dada, y que revolucionarlo artificialmente atenta contra esa evolución descriptiva.

El micropoder también se manifiesta en la organización y distribución de los espacios físicos y sociales. La disposición de los espacios, las normas de comportamiento en determinados lugares y la asignación de roles pueden reflejar y perpetuar relaciones de poder. Por ejemplo, la distribución desigual de los espacios en una oficina o en un hogar puede tener implicaciones en la dinámica de poder y en la toma de decisiones cotidianas.

Otro ámbito de expresión del micropoder es el de los gestos, las expresiones faciales y la corporalidad. La forma en que nos movemos, cómo ocupamos el espacio y cómo nos presentamos físicamente pueden transmitir mensajes de poder. Por ejemplo, los gestos de dominio o sumisión, el contacto visual o la postura corporal pueden influir en las interacciones cotidianas y en la percepción de poder entre los individuos.

Finalmente, pero no por ello el menos importante, es el ámbito de las acciones y las prácticas cotidianas que parecen insignificantes, pero que tienen implicaciones en las relaciones de poder. Un vasto territorio de conductas inerciales, precedidas de pensamientos y creencias, definen en mucho las relaciones humanas, Por ejemplo, las decisiones sobre quién realiza determinadas tareas domésticas, cómo se distribuyen los roles de cuidado, las normas de etiqueta o el acceso a recursos pueden ejercer micropoder en la vida cotidiana. Y, como en todos los factores que he enumerado, su práctica puede reforzar las estructuras de poder existentes, o desafiarlas, si se emplean en sentido contrario al de la inercia propia.

¿De qué depende? De acuerdo con Bourdieu, depende del capital de los agentes mediadores de esas expresiones de micropoder. Tales agentes o instituciones, en un nivel supraindividual, poseen determinada cantidad de capital específico, como el económico o el cultural, y utilizan diversas estrategias para transformar la relación de fuerzas que los lleva a ocupar y mantener posiciones dominantes en sus respectivos campos, para luego ser incorporadas al entramado social a través de la comunicación masiva. Desde luego, que ese entramado no es una simple esponja: en él luchan las diferentes fuerzas de poder para establecer su propio discurso dominante. Uno de ellos, el campo digital.

Micropoderes en la era digital

En la medida en que la tecnología y las redes sociales se han vuelto omnipresentes en nuestras vidas, el micropoder adquiere nuevas dimensiones y se manifiesta de diferentes maneras, como lo anunciaron en su momento George Orwell (1903–1950), Aldous Huxley (1894–1963) y Ray Bradbury (1920–2012), por citar solo algunos, en su respectiva obra.

La vigilancia y el control digital: véase el caso de las plataformas en línea y las tecnologías de vigilancia, que tienen la capacidad de recopilar información sobre nuestras actividades, preferencias y comportamientos en la Red. Esta recolección de datos permite a las empresas y a los gobiernos ejercer un micropoder al influir en nuestras decisiones, personalizar la publicidad, restringir el acceso a ciertos contenidos y monitorear nuestras acciones.

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Otra manera es la manipulación de la información: la propagación de noticias falsas, la desinformación y la manipulación de noticias para implantar realidades en la percepción del gran público. Los actores poderosos pueden utilizar estrategias para influir en la opinión pública, moldear percepciones y manipular la narrativa en línea, lo que puede tener impactos significativos en la toma de decisiones y en la participación ciudadana.

Ello es posible gracias a la influencia en las redes sociales, otro enorme canal para el ejercicio del micropoder digital. En las plataformas de redes sociales, las personas usuarias pueden ejercer su propio poder al seleccionar qué contenido compartir, qué publicaciones dar “me gusta” o comentar, y a quién seguir o bloquear; en consecuencia, estas acciones pueden tener un impacto en la visibilidad y la reputación de otras personas usuarias, lo que puede influir en las dinámicas de poder y en la formación de comunidades en línea. “Libertad de expresión digital”, suelen enarbolar los defensores a ultranza de esta práctica cotidiana, justo para abrir el debate en torno de sus alcances y consecuencias.

Si en la escala masiva un “me gusta” solo trajera consecuencias de exclusión, el debate sería casi insignificante; sin embargo, va más allá, porque constituye una sólida cultura de linchamiento virtual, en la que un grupo de personas utiliza las redes sociales para acosar, difamar o atacar a un individuo o a un grupo específico. La facilidad con la que se puede propagar el odio y la violencia en línea ha dado lugar a dinámicas de poder destructivas que pueden tener graves consecuencias emocionales y sociales.

Por ende, en la realidad de las relaciones humanas la exclusión y discriminación en línea son un factor que da fisonomía al micropoder en la era digital y reconfigura las relaciones en la cotidianeidad. Véanse el ciberacoso, el discurso de odio, el racismo, el sexismo y la discriminación basada en la orientación sexual, entre otras formas de micropoder que tienen un impacto perjudicial en la participación igualitaria y la diversidad en línea. ¿No parece necesario y oportuno ahondar en estas reflexiones en los hogares y las familias?

Artículo publicado en varias entregas en el diario Milenio edición Estado de México.

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Written by Porfirio Hernández

Leo y escribo en Toluca, México. Me interesa divulgar las manifestaciones de la cultura y conversar sobre ello.

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