Perder el tiempo
Escribía el filósofo Lucio Anneo Séneca (4 aC-65 dC) que todo tiempo pasado está en manos de la muerte. Cada segundo se ha marchado de nuestro presente y nada podemos hacer para recuperarlo. Haberlo vivido conscientemente es, quizás, el mayor mérito de haberlo tenido, pues lo que nos deja es la certeza de estar vivos para recordarlo.
Suele dejarse de lado esa obviedad cuando se asume que vivimos porque así debe ser. Nada hay más reprensible que perder ese tiempo por negligencia, y olvidarlo en el limbo de lo inexistente; no me refiero a esa perorata de la productividad a toda costa y la presión autoritaria de hacer por encima del sentir, no, sino al simple hecho de hacer sin reparar en la importancia del instante para nuestra existencia.
No abordaría el tema si no hubiese encontrado en las epístolas morales del romano a Lucilio una reflexión en torno al aplazamiento de las decisiones por aceptar la carga de las cosas más insignificantes. En verdad, nos distraemos en el entretenimiento de lo banal antes que en la asunción del tiempo, lo único propio que habitamos al ocurrir los días. ¿Qué hacemos con nuestro tiempo? Transcurrimos esperando las horas, mientras miramos todo con prisa, al paso, casi intuyendo lo que vendrá, sin saber que no está en ningún lugar quien está en todas partes.
La prisa de nuestro tiempo impone la agenda diaria, y poco a poco nos amoldamos a ella hasta aceptar que ese es el modelo idóneo de la vida. Hay mucho por hacer, es cierto, sobre todo si nos mueve el ideal de la transformación, mas nada que remueve cimientos está hecho con prisa, menos si carece de reflexión. En la vida diaria, por ejemplo, es mejor detenerse a pensar qué voy a hacer antes que empezar a hacerlo, pues el cuestionamiento de lo que puede suceder incide directamente en la prevención de los obstáculos que al cabo impidan cumplir nuestros propósitos.
A eso me refiero. No habrá tiempo perdido si lo vivimos con la conciencia de su importancia para el presente inmediato y el futuro incierto, y aunque eso no garantiza el éxito de nuestra empresa, al menos nos sitúa en la certeza de lo que es por decisión propia, y que dará a la postre un sentido a nuestra vida, porque ésta es un ejercicio de concentración, no de fluctuaciones ni inestabilidad. No se trata de hacer mucho, sino de hacer lo suficiente y necesario, y lo que das de más ha de satisfacerte a ti en primer lugar, antes que a cualquier otra persona. Perder el tiempo es, visto así, el peor error de nuestro presente.