Persona: un valor en sí misma
El ser humano en tanto persona ha de dejar de ser un concepto relativo a su función social para definirse como un ser cuya identidad se explica por su humanismo, su autoconciencia y su libertad
“La persona es un valor por sí misma”, aquella célebre frase del filósofo alemán Max Scheler (1874–1928) aparecida en su Ética (Formalismo y ética del valor material) de 1913, en el sentido de que no solo es depositaria y portadora de valores, sino que es un valor en su contexto y para sí misma, vino a iluminar en mucho el profundo impacto que después de 1918 tuvo la Primera Gran Guerra y, desde luego, los efectos nocivos de la Segunda, con la ascensión de fascismo y los regímenes totalitarios, que desembocaron en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, en París.
A la distancia, puede advertirse el largo camino de dolor y muerte que causó la falta de conciencia de esa frase simple y llana. Pero, ¿qué valor encarna la persona más allá de los principios y valores que lo identifican y distinguen del resto de los seres mortales que pueblan la tierra? Esa pregunta se planteó no sólo Scheler, sino los pensadores de la fenomenología y la ética posteriores a él, luego de las devastadoras consecuencias del dogma llevado a sus extremos en la conformación de nuevos sistemas políticos, lejos ya del periodo fundacional de éstos en los primeros siglos de nuestra era.
Para Scheler, el ser humano en tanto persona ha de dejar de ser un concepto relativo a su función social para definirse como un ser cuya identidad se explica por su humanismo, su autoconciencia y su libertad, microcosmos de valores cuyas acciones presiden su mundo propio para darle sentido y perfeccionarlo. ¿No es este el rumbo que cada quién define para su propia vida? ¿No es a través de las acciones que hacemos posible esa unidad que somos?
Interrogarse sobre nuestra naturaleza como personas nos permite avanzar un poco más en la comprensión de que somos, en sustancia, una realidad dinámica, irrepetible, autónoma, vinculada a un cuerpo, espiritual (en un sentido no religioso), correlato del mundo y, por supuesto, un valor en sí, independientemente de la moral de cada uno, es decir, que el valor de la persona está por encima de su escala individual de valores.
En cada uno se resume el mundo que habitamos, de ahí que ese valor de la persona evolucione y se desarrolle a lo largo de toda la vida, paralelamente al paso de nuestro paso por la realidad. El ser personal es un ser activo, presidido por un dinamismo interno. Scheler considera que la persona es un ser dotado de “una autoconciencia que integra todas las clases posibles de conciencia: la cognoscitiva, la volitiva, la sentimental, la del amor y la del odio” (Ética, p. 394), de ahí que la persona encuentre, en desarrollo interno de su autoconciencia, ese valor esencial que lo distingue.
Para Scheler es valor esencial es el amor, consustancial a la solidaridad. Seguiremos informando.