Primero, no hacer daño
Las ofensas son ya comunes en la contienda político-electoral de #México
Elecciones: época de acusaciones o señalamientos desacreditantes entre unos y otros contendientes, con el potencial de destruir todo prestigio público de las personas; aun cuando la ley electoral prohíbe defenestrarse, siempre hay un margen que permite esa conducta sin recibir examen ni castigo; por ende, en el público de esos mensajes hay tolerancia o indiferencia. Pero, ¿realmente debe importarnos un bledo?
Se atribuye al dios griego Asclepio, Esculapio para los romanos, la expresión primum non nocere (“Lo primero es no hacer daño”), adoptada por la comunidad médica como principio profesional, pero que bien puede aplicarse a la convivencia social, pues de lo que se trata de vivir en comunidad es hacer el bien, y solo si se requiere imponer un punto de vista, que sea por la razón fundamentada y la certeza científica, no la fuerza ni la insidia.
Es obvio que hemos olvidado el primum non nocere y lo hemos sustituido por el primum commodissimam (“lo primero es lo que más conviene”) aunque no favorezca el bien en primer término; se arguye que no siempre se puede ser bueno, pues implicaría perjudicar a otra parte o favorecer lo indeseable, de consecuencias fatales. Puede aceptarse que así sea, pero ¿es permisible en las contiendas por el voto para ocupar una representación popular? Piénsese que la posición que buscan ocupar los candidatos una vez que se les elija, es de responsabilidad pública, lo cual no excluye que lo primero es no hacer daño a la comunidad a la que sirvan, pues de la ética de su actuar dependerán los resultados de sus políticas y la continuidad de éstas luego de que concluya su mandato.
Descalificar es anular al otro simbólicamente, pero también evidencia la incapacidad de proponer sin denostar, ni argumentar con bases, de quien descalifica. A larga, la injuria perjudica mucho más al injurioso que al injuriado. Eso deberían tomarlo en cuenta todos los contendientes que han caído en la tentación de denostar sin responsabilizarse de los efectos en el público receptor.
Lo mismo les ocurre a quienes siguen culpando al pasado de los errores del presente. Olvidan la enseñanza de Nikita Krushev, expresidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, quien a su sucesor confió dos cartas: “Abrirás la primera cuando ocurra una crisis en tu gobierno”; así lo hizo su sucesor, la carta decía: “Échame a mí la culpa”, y así lo hizo, con lo cual salió al paso de la crisis. Ante una segunda crisis, aun más severa que la anterior, el sucesor, de nombre Leonid Mélnikov, abrió la segunda carta, que decía, simplemente: “Escribe tus dos cartas y despídete”.