Releer a Juan García Ponce

Porfirio Hernández
3 min readAug 20, 2019

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Juan García Ponce. Foto de Rogelio Cuéllar.

Este 22 de septiembre se cumple un aniversario más del nacimiento del gran escritor mexicano Juan García Ponce (1932–2003), un autor al que admiro y que, creo, debe leerse mucho más. Lo digo por experiencia: al menos durante seis años dejé de leer su obra. Esta semana retomé La casa en la playa (Joaquín Mortiz, 1966), un drama escrito con refinado estilo, que me hizo constatar las mejores cualidades del escritor nacido en Mérida, Yucatán, al sur de la República Mexicana: su rigurosa precisión de emociones; la bien calculada distancia de su voz narrativa respecto de sus personajes y tramas, y su facilidad para problematizar situaciones de la vida amorosa en un contexto de liberalidad sexual, propio de los sesentas, época en la que esa obra se inscribe su mayor impronta.

Yo lo descubrí en mi adolescencia. Recuerdo mi primera lectura de su obra, facilitada por mi amigo Arturo Cáceres, Tolo; se trataba de un volumen de cuentos publicado en 1963 por la editorial Era: La noche. Me sorprendió su elocuente capacidad narrativa, que con breves pinceladas dibujaba el carácter de un personaje, o sus eruditas alusiones literarias y plásticas, que me abrieron la puerta a la literatura de Pierre Klossowski (1905–2001) y la pintura de Balthus (1908–2001) y Manuel Felguérez (1928).

Seguí leyendo sus novelas, sus cuentos y sus ensayos sobre arte plástico y literatura, que me transformaron y aun hoy, después de 20 años, me estremecen, como a muchos otros desde antes, incluso. Veía con delectación una y otra vez las películas que él inspirara — entre otras, Tajimara (Los bienamados), dirigida por Juan José Gurrola en 1965. Era tal mi admiración por su trabajo que una tarde lo llamé por teléfono; su esposa, Mercedes, me dijo que él no podía contestarme — su destructiva enfermedad lo mantenía inmovilizado — , pero me agradeció la llamada. A veces, uno nace tarde y lejos de quienes admira.

Con el deseo de conocerlo, asistí a presentaciones y homenajes donde se anunciaba su presencia pero a los que nunca iba. No pude estar en Guadalajara, Jalisco, en 2001, cuando le fue concedido el Premio Internacional de Literatura “Juan Rulfo”. En los últimos días de 2003, después de casi dos años de no leer su obra, supe que había muerto: me detuve a pensar en lo que su obra significaba para mí y, sin darme cuenta, mi admiración se quedó suspendida, hasta que en estos días una irresistible atracción me hizo abrir la novela que he citado al principio.

Conforme me sumergía en la trama, fui reconociendo los rasgos que me hacen admirar a este gran autor mexicano. Su memorable capacidad narrativa proviene de la precisión con que desarrolla sus conflictos dramáticos, el retrato íntimo de una época y del grupo de jóvenes que se cuestiona el sentido de las reglas preestablecidas, pero no en un sentido ideológico, sino existencial: nada los une a la corriente del tiempo.

Hoy su obra tiene plena vigencia: como muy pocos en México, García Ponce nos descubrió nuevas ideas y mejores autores de la literatura erótica, la literatura alemana de la posguerra, las nuevas relaciones humanas, el conflicto existencial de la ausencia, los artistas plásticos mexicanos… Fue una mente clara preocupado por el papel del arte y la cultura en el desarrollo humano. A él pertenece este pensamiento: “La cultura ha perdido su prestigio al extremo de que, cuando los tímidos se deciden a hacer cultura, tienen que bautizarla con el nombre de contracultura”.

Quizás su obra ha sido desplazada del interés literario de nuestro tiempo. Nada más normal. Sin embargo, en los pasillos y las aulas de las escuelas de literatura y en las páginas literarias de nuestros diarios y revistas su obra sigue siendo un punto de referencia. Está más viva que nunca. Leerla nos hace comprender mejor su aportación a la historia de la literatura mexicana.

Bruce Novoa entrevista a Juan García Ponce para la Revista de la Universidad. (Archivo en PDF)

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Porfirio Hernández

Leo y escribo en Toluca, México. Me interesa divulgar las manifestaciones de la cultura y conversar sobre ello.