Tercera ola de la pandemia en México: recomienza la angustia
La tercera ola de la pandemia por el virus SARS-CoV-2 en México ha puesto en entredicho las decisiones de los gobiernos de todos los niveles en materia de restricciones en la movilidad y el contacto social, pues es obvio que la gente se cuida no conforme a las recomendaciones oficiales, sino a la percepción personal de los riesgos de posible contagio, pues a un año cuatro meses del inicio de la pandemia en este país, el temor inicial al contacto parece haberse atenuado; es cierto, contamos con mayor información sobre el virus y sus variantes, y aunque vemos cambiar el color del semáforo epidemiológico oficial hacia el rojo de alerta máxima, pervive con suficiente certeza la ilusión de inmunidad en numerosos grupos de la población.
Los números siguen a la alza, y con ello el sector médico vuelve a sentir los estragos de atender una alta demanda de personas con síntomas propios de la COVID-19. ¿Cómo se comportará la comunidad sanitaria ante el repunte de casos por atender? Es fácil responder que los servicios de salud tendrán que afrontar con la misma voluntad hipocrática los casos, mas al afirmarlo se está pasando por alto que esta nueva ola revivirá los casos de “burnout” que vimos en numerosos médicos y enfermeras (por citar a quienes conviven durante toda su jornada de trabajo con pacientes) en las ciudades más pobladas del país, quienes clamaban por ayuda a quienes vivían la pandemia con aparente despreocupación. Detrás de esos llamados a preservar la salud pública hubo manifestaciones de profunda decepción por la insensible respuesta de la población, y fuertes reacciones de abandono de la función sanitaria.
Quizás suceda lo mismo en esta ocasión, sin que las autoridades de mayor jerarquía en el país parezcan darse cuenta de que esas reacciones pueden evitarse con una nueva vertiente de atención sanitaria: la atención a la salud mental tanto del gremio sanitario como de la población afectada por las pérdidas humanas y los pacientes de larga estancia en hospitales.
Tengo para mí que la clave para afrontar con mayor éxito esta nueva ola es la concienciación de los efectos en la salud mental de las personas y las acciones de política pública en la materia. Vivimos una de las mayores crisis de salud mental en México, a raíz de la pandemia, pues el confinamiento, la falta de convivencia con familiares y amigos, el miedo e incertidumbre y la pérdida de seres queridos, del empleo y de la salud causan esta crisis, que afecta al menos a 30% de la población total del país, de acuerdo con especialistas de la UNAM y el Instituto Avalon Vinculación Médica en Salud Mental.
No debemos pasar por alto esta oportunidad de aplicar modelos de tamizaje en la comunidad sanitaria, prevenir casos severos de trastornos por estrés postraumático ni dejar de atender los signos de alarma que suponen la violencia doméstica y la inseguridad pública, efectos de esta crisis a la que aludo. Es necesario que los gobiernos y la sociedad civil organizada adopten decisiones inmediatas ante la emergencia sanitaria que vivimos, pues de no hacerlo, los preocupantes índices de suicidio, violencias y homicidios volverán a incrementarse con desesperante velocidad y funestas consecuencias