Un dramaturgo novelista

Porfirio Hernández
5 min readApr 9, 2024

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Ideas sobre Los hombres que miran hacia el Norte, obra de teatro de Fernando Leal Galaviz, editada en 2018 por la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán / Paso de Gato (Cuadernos de Teatro. Cuadernos de Dramaturgia Mexicana, 77)

Desde sus orígenes, la literatura es una realidad paralela que lleva en sí otra realidad, la de un autor/a hacia a un lector/a. A partir de múltiples elementos construidos a través de la lengua, el texto literario utiliza estructuras, personajes, técnicas, estrategias narrativas o líricas y un tratamiento lingüístico específico, para enlazar con sus lectores mediante un contrato de veridicción: yo acepto que los pájaros hablan, que hay galaxias habitadas por seres vivos, que el dolor, el duelo o a alegría de un personaje pueden ser mis propias emociones.

Antes de leer o de ver una obra de teatro, sabemos que el objeto que está frente a nosotros nos hablará de una fabulación de la mente humana, así se trate de una biografía, pues en la literatura la objetividad es un recurso retórico más; por más fiel que parezca a una realidad “exterior”, la verdad de un texto literario siempre será puramente lingüística, lo que significa que es una realidad en sí misma, que nos habla, directa o indirectamente, de esa realidad externa.

Pero no nos confundamos: una realidad y otra son esencialmente la misma: ambas hablan de lo humano; la diferencia es que la realidad del texto literario está escrita en un lenguaje compartido por todos y se resignifica en la mirada de otro, que le da vida propia. ¿Cuántas veces no hemos llorado por la muerte de un personaje como si éste fuera real? ¿Cuántas veces no hemos tomado decisiones basados en la solución de un conflicto que leímos en un libro (o en una serie de televisión)? ¿Cuánto nos hemos emocionado de conocer un paisaje, un territorio ignoto con solo haberlo visto representado en la escena? ¿Cuántas veces descubrimos cómo pensamos al leer una idea proveniente de un autor o autora?

Decía el escritor mexicano Juan García Ponce (1932–2003) que le gustaba leer la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino no tanto por simpatía con su pensamiento, sino por la extraordinaria forma en que desarrollaba sus argumentos. Una lección de estilo que disfruta todo lector que se precie, una vez superado el primer peldaño de una obra, que es conocer su argumento. La literatura es argumento, es desarrollo de una historia, pero también es belleza, contundencia, incertidumbre sobre lo que vendrá.

Este es para mí, el máximo valor que Fernando Leal Galaviz (1984) ha puesto en la obra Los hombres que miran hacia el Norte, editada por la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán. y Paso de Gato (Cuadernos de Teatro / Cuadernos de Dramaturgia Mexicana, 77). A partir de una trama relativamente sencilla –dos personajes viven la zozobra de perder la vida en un ambiente extraño y particularmente violento–, el autor explora las posibilidades del miedo en un entorno de tensión continua, en este caso, la violencia latente de las armas, la defensa contra las agresiones de un ente impredecible y el hartazgo de vivir en la impunidad, sin justicia y sin futuro posible fuera de ese círculo de degradación social.

Dado el carácter evanescente de algunas escenas, en las que el miedo guía las peripecias de los personajes, las emociones que derivan en parálisis o agitación van adquiriendo gradualmente naturalidad en la trama, hasta volverse, poco a poco, el primer piso de una construcción inabarcable y sin salida. El nuevo laberinto del Minotauro a cuya bestia se sacrifica la tranquilidad, la libertad, el futuro, la vida misma.

Sin decirlo, el autor dinamiza ante nuestros ojos símbolos de la devastación moderna (balas, pistolas, sangre y gritos) para engarzar en ellos una conclusión contundente acerca del camino del miedo, que pasa de ser un motor de la acción, a un estado metafísico en su propia realidad creada y consumiéndose.

¿Hay una gran semejanza con la realidad exterior? ¿Sabemos que existan en México comunidades acosadas por el mismo miedo, organizadas para defenderse de la violencia e impartiendo su propia justicia? ¿Hay cementerios clandestinos, víctimas de balas perdidas, ajusticiados por la multitud sin pruebas ni juicios? ¿Existe la impunidad y la indignidad de no saber dónde estarán los cuerpos de los desaparecidos? ¿Cuántos feminicidios se produce cada día en México? ¿Dónde están los jóvenes que no van a la escuela y prefieren aventurarse en las filas de violencia?

Todas estas preguntas tienen en ustedes, lectoras, lectores, una respuesta. Fernando Leal Galaviz ha trazado la suya, y la pone al servicio de su espectadores. Las cualidades de su narrativa son variadas, pues muchos son sus recursos: el habla coloquial, la síntesis de sus planteamientos, la precisión de sus parlamentos, que en mucho me recuerdan la sosegada impronta de Juan Rulfo o Edmundo Valadés, maestros de la prosa pronta, sin ribetes innecesarios, contundente. Se trata de una dramaturgia que nos mantiene expectantes de lo que vendrá, nos estruja y nos deja como un trapo a la orilla de todo. Porque en realidad, sospecho firmemente, el autor es, antes que un dramaturgo, un novelista: su vocación de narrar empuja a su mecánica de movimientos en la escena.

Fernando tiene el pulso seguro de un escritor consumado, y tengo para mí que esa cualidad proviene de su desprendimiento de toda egolatría al escribir. La honestidad en literatura es, más que un rasgo de estilo, una actitud frente a lo narrado, un tono general, un aroma sutil de brisa tranquila en medio de la apresurada modernidad, que trastoca todo pulso genuino y espontáneo.

Fernando: nos has regalado un texto que nos enfrenta a una realidad que muchos no queremos ver, pero que necesitamos para entender nuestro presente y nuestro futuro. Enhorabuena.

Leído en la presentación de Los hombres que miran hacia el Norte, de Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán / Paso de Gato (Cuadernos de Teatro. Cuadernos de Dramaturgia Mexicana, 77) en el marco de la Feria del Libro del Estado de México, el 1 de octubre de 2019.

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Porfirio Hernández

Leo y escribo en Toluca, México. Me interesa divulgar las manifestaciones de la cultura y conversar sobre ello.