Un viejo debate inacabado

Porfirio Hernández
2 min readJun 21, 2020

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La conversación reciente sobre la discriminación social en México no es nueva, periódicamente nos acercamos al tema y en cada ciclo arribamos a las mismas conclusiones; quizás el debate más notable fue el que propició el Ejército Zapatista de Liberación Nacional a partir de 1994, bajo la premisa de crear «un mundo nuevo» basado en la inclusión de la diversidad cultural y social de México primero, y luego de América Latina.

Tengo para mí que no se puede estar en contra de la inclusión social, pero el modo de encarar ese concepto a diario varía de persona a persona, hasta estar ausente. Me refiero, en primer lugar, a los gobiernos, cuyas políticas subrayan la importancia de la no discriminación, pero en la práctica no las fondean ni evalúan los resultados; pienso también en las instituciones religiosas o sociales, que en todo momento contradicen lo que preconizan, hasta el punto de encontrarnos de nuevo en la discusión inicial sobre aquello que deseamos cambiar, sin afectación sustancial en la realidad.

Es difícil encuadrar el debate si no se le sitúa en su raíz: la herencia etnocentrista de la Colonia y una rebeldía permanente contra esa hegemonía, tensión por la cual seguimos reprochando pigmentos de piel, formas de pensamiento y hasta comportamientos normados por criterios ancestrales y un sustrato conceptual de lo que es moderno y lo que no, relativo también al arbitrio de las conveniencias y las coyunturas; decisivamente, influye la actitud de confrontación que acaba imponiéndose entre los debatientes por sobre el natural apasionamiento de exponer, convencer e incluso persuadir.

O no sabemos discutirlo o el tema es irresoluble. Tiendo a pensar que no logramos actuar en forma unánime porque nos faltan elementos de conciencia y determinación de ser congruentes con los principios del sistema político y de convivencia que nos hemos dado. Me refiero, hay que decirlo con claridad, al ejercicio de la democracia como un sistema de vida, tal cual es definida por la Carta Magna; la práctica de la democracia se traduce en un actuar constante en favor de la transparencia en el ejercicio público, en la intervención favorable a los entornos más próximos a través de la autogestión, en la exigencia activa de la sociedad hacia ella misma como motor indispensable de su propio cambio.

En síntesis, tenemos que transitar hacia una democracia participativa que use todos los instrumentos de decisión para beneficiar el debate de cómo erradicar la discriminación y qué hacer después, y hacerlo, porque este es apenas uno de los tantos temas igualmente importantes que urge discutir entre todos los habitantes de México.

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Porfirio Hernández
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Written by Porfirio Hernández

Leo y escribo en Toluca, México. Me interesa divulgar las manifestaciones de la cultura y conversar sobre ello.

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