José Carlos Becerra. Fotografía tomada del volumen “La ceiba en llamas”, de Álvaro Ruiz Abreu. México, Cal y Arena, 1996
José Carlos Becerra. Fotografía tomada del volumen “La ceiba en llamas”, de Álvaro Ruiz Abreu, México, Cal y Arena, 1996

Una mancha en el espejo

Porfirio Hernández
4 min readAug 11, 2019

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Evocación del poeta José Carlos Becerra

El pasado 27 de mayo se cumplió un año más de la muerte del poeta mexicano José Carlos Becerra (1936–1970), cuya obra resuena con intensidad en los oídos de un numeroso grupo de lectores en México, que mantiene viva la memoria de uno de los poetas jóvenes por siempre.

A su inesperada muerte, en Brindisi, Italia, siguió una recopilación de su obra, titulada El otoño recorre las islas, publicada originalmente por la Editorial Era en 1973, y luego, al cabo de tres ediciones en la primera editorial, en un tiraje más grande, en la colección Lecturas Mexicanas en 1985. El dato no es menor: gracias a esta edición, la obra del poeta nacido en Villahermosa, Tabasco, obtuvo un reconocimiento más amplio, acorde al prestigio que hoy lo respalda entre las nuevas generaciones de lectores.

Portada del libro “El otoño recorre las islas”, Era, 1973

A mí me sedujeron sus versos de amplia pronunciación, elaborados desde el horizonte de una infancia perdida y sólo parcialmente recuperada por el poder de “La Palabra, la misma, devorando mi boca”.

Alejandro Aura (1944–2008), Elsa Cross (1946) y David Huerta (1949), entre muchos otros, han visto en Becerra a un poeta de voz madura, aunque no les pasa inadvertido el desequilibrio que le representó enfrentarse a la poesía: “El lenguaje se lleva, aquí y allá, al poeta, haciéndole decir cosas que no parece decir sino por automatismo reflejo, que no es todavía esa gracia del lenguaje que se expresa ‘el mismo’, liberado por el poeta”, escribió el poeta y ensayista Gabriel Zaid, en referencia a la obra del poeta tabasqueño. Pero esa gracia existe: detrás de los grandes espacios de su poesía, de su gusto por las frases largas y de honda resonancia y melancolía, está la fuerza motriz que impulsa a una voz lírica renovada y original en el espectro de la poesía de tiempo.

Invariablemente, el dolor y el amor están ligados en esos poemas. María Luisa Mendoza (1930–2018) escribió que los temas de la poesía de José Carlos Becerra resumen el significado de la aristocracia tabasqueña, la memoria de su madre, las historias de su niñez… Sus evocaciones construyen el sistema de referencias que cruza la experiencia de los lectores, hasta despertar en éstos la excitación de una experiencia propia.

Ese es, me parece, el sentido de Incurable (Era, 1987), el extenso poema de David Huerta que recupera el aliento poético de El otoño recorre las islas, a la manera de un homenaje de un poeta a otro: “El mundo es una mancha en el espejo” dice el primer verso del vasto poema huertiano; así es la obra de José Carlos Becerra para quienes lo leímos después: una mancha de poesía en la bruñida superficie de la imaginación. Cuántas veces deseé haber conocido a ese personaje que antes de partir a Inglaterra e Italia, trabajó en distintos despachos de publicidad, donde se codeó con buenos amigos como Margarita Jiménez Urraca y Guillermo Fernández García, con quienes tuve la oportunidad de conversar sobre José Carlos, un autor cuya obra es vasta, múltiple y certera. Leer la obra de José Carlos Becerra constituye una reconciliación con la poesía, cuando parece que más falta nos hace leer la vida desde este punto de vista.

El otoño recorre las islas

A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
mis manos contienen la lejanía de las tuyas
y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.
A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías,
a veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,
mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón y un movimiento de la noche.
A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua,
y es la hora de encender ciertas luces
y caminar por la casa
evitando el estallido de ciertos rincones.
En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas,
en tu pecho hubo tardes que al final del verano
todavía miré encenderse.
Y éstas son aún mis reuniones contigo,
el deshielo que en la noche deshace tu máscara y la pierde.

Puedes leer también la Presentación de Álvaro Ruiz Abreu a su libro La Ceiba en llamas; vida y obra de José Carlos Becerra, publicada por Cal y Arena, 1996.

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Porfirio Hernández
Porfirio Hernández

Written by Porfirio Hernández

Leo y escribo en Toluca, México. Me interesa divulgar las manifestaciones de la cultura y conversar sobre ello.

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